Se dice
de mi
Ante todo, debo confesarles que prologar éste libro no fue tarea fácil ya que no se trata de un libro más de recetas, es un testimonio de vida, un legado familiar, una prueba que se puede cambiar el destino, que la esperanza muchas veces se manifiesta como una revolución y se emprende la lucha cada día en pos de un objetivo, de un sueño que parece imposible y eso mismo plantea el desafío de superación constante.
Conozco a Ariel desde el principio de su historia. Nació en San Roque, Corrientes en medio de una familia que se destacaba por tener la misma nobleza del pan que elaboraba. Leudó sus primeros añitos el amor de su madre María Elena, el ejemplo fraguado de tareas de su padre Santos Ramón Leguiza, que se repartía entre la panadería y su almacén de ramos generales, y el cariño cómplice de sus hermanos Santito, Fabián y Jorge.
A los cinco años sufrió el duro golpe de perder a su mamá y a partir de ahí todo fue diferente. Su vida comenzó a amasarse en el trabajo. Me parece verlo y también a sus hermanos haciendo los repartos del pan y la soda, unos en bicicleta y otros en un carrito. Cierro los ojos y el olor a pan caliente invade mi memoria cuando recuerdo el paso obligado cada vez que íbamos al campo. Para mi padre y para mucha gente el pan de los Leguiza era único.
Desde ese puntapié inicial, este niño sintió la sacudida insoportable de sueños y proyectos con la convicción que solamente los concretaría con mucho esfuerzo y trabajo digno.
Así fue creciendo, a veces abrumado otras veces fascinado, siempre apostando al futuro. Nada lo detenía, ni los fracasos ni las pérdidas. En su corazón estaba el refugio de la fe. Muchas veces caía hasta el fondo, se hacía pedazos y en el mismo momento se revelaba y se convencía que sin esfuerzo no se logra nada, entonces emprendía con más ganas sus tareas con la seguridad que era la puerta por la que se abrirían infinitas posibilidades.
Entre estudio y trabajo transcurría su vida, exigiéndose para dar lo mejor siempre.
Era evidente que traía en sus genes la gastronomía, aunque incursionó en muchas propuestas laborales, siempre volvía al primer amor: la cocina.
Convencido de estar en el camino correcto, trabajó como empleado en la cocina de un hotel muy conocido de Corrientes, donde prestaba atención a todos los movimientos: manejo de la cocina, atención a los clientes, elaboración de las pastas, presentación de platos. Su cabeza iba registrando todo. Paralelamente estudiaba derecho, después se cambiaba a Ciencia Políticas pero nada lo desviaba su camino gastronómico y anhelos de independencia.
Y un día comenzaron los eventos, sin patrones ni jefes. A partir de ese momento todo dependía de él, la duda se transformaba en algo real, pero los temores se achicaban ante sus proyectos. Empezaba a escalar paulatinamente hacia la cúspide de sus planes. La vida que todo lo compensa le tenía preparada una sorpresa muy importante: Olga Ibarra, quien sería su compañera de camino, el complemento de su vida. Todo empezaba a tomar forma, de a dos la carga se hacía más liviana. Formó su familia y todos trabajaban para lograr la empresa de sus sueños. Por el cristal familiar se ve de manera diferente, las ausencias y los pesares no son tan desgarradores, las risas y las pasiones son sentimientos en común, el refugio del abrazo al final del día la mejor recompensa.
Continúan las capacitaciones dentro y fuera del país, los eventos trascienden fronteras y casi sin darse cuenta va llevando el estandarte gastronómico de la provincia con raíces sanroqueñas, a cada lugar del mundo que visita. Países de América y Europa degustan sus platos y un gustitos ancestrales se fusionan con la incorporación de nuevas tendencias para presentar menús realmente exquisitos.
Como Correntino, tiene en su propuesta una variedad de platos elaborados con productos regionales, pescados de río, carnes típicas de la zona con marcada tendencia guaraní.
Ariel es una persona generosa que siempre está compartiendo y alentando a cada persona que va cruzando en su vida, del mismo modo como enseña a sus hijos: David, Matías y Santiago todo lo que aprendió y aprende cada día. Deseaba dejar plasmado en un libro tantos conocimientos y tanta experiencia recogida en el camino de su vida y de tantas ciudades países del mundo en los que ha compartido el mundo culinario como son New Jersey, New York, Venencia, Milán, Barcelona, Andorra, Las Vegas, Miami, México, República Dominicana, Paraguay, Brasil,
En este libro, aparte de encontrar la identidad correntina en cada receta, comparte sus creaciones que atraen al turismo como son la “Auténtica empanada correntina”, hecha de “mbaipy” o el “Arbolito de Navidad de asado”, la cazuela comestible de masa de chipa almidón de mandioca, y nos regala además sus reflexiones y palabras de aliento, sabiendo por experiencia propia que siempre después de cada tormenta vuelve a salir el sol, que no hay sueño imposible si uno está convencido de su propósito y que nada se logra sin esfuerzo. Queda también de manifiesto una marcada sensibilidad social y el compromiso con los que menos tienen.
No es difícil en entender tanta trascendencia porque le brota naturalmente compartir la correntinidad y eleva su cocina del Taragüí al nivel de la cocina gourmet sin perder las raíces.
Los invito a leer este libro que tiene ese olorcito a comida hecha en el hogar familiar, y los murmullos de un niñito de San Roque jugando con sus hermanos y la tranquilidad de la siesta durmiendo sobre las bolsas de harina en la panadería de Don Santo.
Este libro es su legado de esperanza, su mensaje de resiliencia con la certeza que a los dolores, como a la masa, podemos darle forma de desafíos.
Conozco a Ariel desde el principio de su historia. Nació en San Roque, Corrientes en medio de una familia que se destacaba por tener la misma nobleza del pan que elaboraba. Leudó sus primeros añitos el amor de su madre María Elena, el ejemplo fraguado de tareas de su padre Santos Ramón Leguiza, que se repartía entre la panadería y su almacén de ramos generales, y el cariño cómplice de sus hermanos Santito, Fabián y Jorge.
A los cinco años sufrió el duro golpe de perder a su mamá y a partir de ahí todo fue diferente. Su vida comenzó a amasarse en el trabajo. Me parece verlo y también a sus hermanos haciendo los repartos del pan y la soda, unos en bicicleta y otros en un carrito. Cierro los ojos y el olor a pan caliente invade mi memoria cuando recuerdo el paso obligado cada vez que íbamos al campo. Para mi padre y para mucha gente el pan de los Leguiza era único.
Desde ese puntapié inicial, este niño sintió la sacudida insoportable de sueños y proyectos con la convicción que solamente los concretaría con mucho esfuerzo y trabajo digno.
Así fue creciendo, a veces abrumado otras veces fascinado, siempre apostando al futuro. Nada lo detenía, ni los fracasos ni las pérdidas. En su corazón estaba el refugio de la fe. Muchas veces caía hasta el fondo, se hacía pedazos y en el mismo momento se revelaba y se convencía que sin esfuerzo no se logra nada, entonces emprendía con más ganas sus tareas con la seguridad que era la puerta por la que se abrirían infinitas posibilidades.
Entre estudio y trabajo transcurría su vida, exigiéndose para dar lo mejor siempre.
Era evidente que traía en sus genes la gastronomía, aunque incursionó en muchas propuestas laborales, siempre volvía al primer amor: la cocina.
Convencido de estar en el camino correcto, trabajó como empleado en la cocina de un hotel muy conocido de Corrientes, donde prestaba atención a todos los movimientos: manejo de la cocina, atención a los clientes, elaboración de las pastas, presentación de platos. Su cabeza iba registrando todo. Paralelamente estudiaba derecho, después se cambiaba a Ciencia Políticas pero nada lo desviaba su camino gastronómico y anhelos de independencia.
Y un día comenzaron los eventos, sin patrones ni jefes. A partir de ese momento todo dependía de él, la duda se transformaba en algo real, pero los temores se achicaban ante sus proyectos. Empezaba a escalar paulatinamente hacia la cúspide de sus planes. La vida que todo lo compensa le tenía preparada una sorpresa muy importante: Olga Ibarra, quien sería su compañera de camino, el complemento de su vida. Todo empezaba a tomar forma, de a dos la carga se hacía más liviana. Formó su familia y todos trabajaban para lograr la empresa de sus sueños. Por el cristal familiar se ve de manera diferente, las ausencias y los pesares no son tan desgarradores, las risas y las pasiones son sentimientos en común, el refugio del abrazo al final del día la mejor recompensa.
Continúan las capacitaciones dentro y fuera del país, los eventos trascienden fronteras y casi sin darse cuenta va llevando el estandarte gastronómico de la provincia con raíces sanroqueñas, a cada lugar del mundo que visita. Países de América y Europa degustan sus platos y un gustitos ancestrales se fusionan con la incorporación de nuevas tendencias para presentar menús realmente exquisitos.
Como Correntino, tiene en su propuesta una variedad de platos elaborados con productos regionales, pescados de río, carnes típicas de la zona con marcada tendencia guaraní.
Ariel es una persona generosa que siempre está compartiendo y alentando a cada persona que va cruzando en su vida, del mismo modo como enseña a sus hijos: David, Matías y Santiago todo lo que aprendió y aprende cada día. Deseaba dejar plasmado en un libro tantos conocimientos y tanta experiencia recogida en el camino de su vida y de tantas ciudades países del mundo en los que ha compartido el mundo culinario como son New Jersey, New York, Venencia, Milán, Barcelona, Andorra, Las Vegas, Miami, México, República Dominicana, Paraguay, Brasil,
En este libro, aparte de encontrar la identidad correntina en cada receta, comparte sus creaciones que atraen al turismo como son la “Auténtica empanada correntina”, hecha de “mbaipy” o el “Arbolito de Navidad de asado”, la cazuela comestible de masa de chipa almidón de mandioca, y nos regala además sus reflexiones y palabras de aliento, sabiendo por experiencia propia que siempre después de cada tormenta vuelve a salir el sol, que no hay sueño imposible si uno está convencido de su propósito y que nada se logra sin esfuerzo. Queda también de manifiesto una marcada sensibilidad social y el compromiso con los que menos tienen.
No es difícil en entender tanta trascendencia porque le brota naturalmente compartir la correntinidad y eleva su cocina del Taragüí al nivel de la cocina gourmet sin perder las raíces.
Los invito a leer este libro que tiene ese olorcito a comida hecha en el hogar familiar, y los murmullos de un niñito de San Roque jugando con sus hermanos y la tranquilidad de la siesta durmiendo sobre las bolsas de harina en la panadería de Don Santo.
Este libro es su legado de esperanza, su mensaje de resiliencia con la certeza que a los dolores, como a la masa, podemos darle forma de desafíos.